Me encantan los libros de bolsillo, encuadernados
en rústica, con el lomo deshecho.
Esos que compras por cincuenta céntimos
en un puesto de la calle.
Los recipientes más humildes de una historia.
Esos que manejas
con la brusquedad que prefiere la amante avezada.
Los que abandonas en un tren
sin mirar atrás,
mientras te alejas, con el alma repleta
de palabras desteñidas.